15 de septiembre de 2011

Despedirse.

 Lo has hecho miles de veces, de mucha gente. Ya no sabes cuántas veces lo has hecho o de quién y de quién no. Y sin embargo, parece que queda todo muy lejano, a la hora de la verdad te encuentras asomada en el marco de la puerta, sin saber muy bien si entrar o salir, con las maletas en el centro de una habitación vacía, con la necesidad de emplear en algo útil tus últimos 5 minutos allí y no pensar demasiado en lo que estás a punto de comenzar. Prolongar el momento nervios, gritarle a alguien que ya! Que ya te vas! Despedirse. Otra vez? No. No hay nadie, ya lo has hecho, el mundo sigue girando aunque tú te hayas parado esos 5 minutos y el único siguiente paso posible es avanzar. Dices adiós mentalmente, esta vez la última. Sacas las maletas, cierras la puerta en un gesto inconsciente de conservarlo todo igual, reservar y asegurar tu espacio a tu regreso. Cojo el bocadillo que me ha preparado mi abuela para el largo viaje, aunque no me puedo imaginar teniendo hambre. Me despido de mis abuelos, las únicas personas que me quedan, en la última etapa de esta despedida, Madrid. Dos o tres abrazos, unas frases de aliento, ojos orgullosos, nervios y sonrisas. Salgo con todos los bultos. Cierro la puerta del último tramo. Aeropuerto, ya. Tanto tiempo, sin terminar de creértelo, de asimilarlo, tantas frases, buenos deseos, tantos abrazos, despedidas (pero es que yo me voy...?) Sí. Y ya. Cierro el maletero del coche y me siento en el asiento del copiloto a la derecha de mi padre, la persona que me va a acompañar los eternamente efímeros minutos, la última cara conocida que veré cuando me adentre en las prisas y esperas de los aeropuertos, la primera que veré dentro de dos meses. Pero entonces yo habré vivido muchas cosas, habré ido y habré vuelto.
Aeropuerto.





3/9/11

1 comentario:

  1. ¡Qué suerte ser el último y el primero! ¿Qué me dices de la despedida anterior y el comienzo de la ruta en coche? Creo que no pudimos hablar hasta el kilómetro 50... Crecer. Dejar irse. Esperar que vuelva.La misma y tan distinta. Esa era la apuesta, ¿no? ¡Bendición!

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